Suciedad concreta |
En las aceras de Malasaña
proliferan las historias
que son la vida de la ciudad.
Y son lo más desagradable
y son lo más bonito.
Son el escondite de las lágrimas de un hombre
o los restos de gramíneas de la nariz de otro.
La primera cerveza del etílico nocturno
o la última, antes de ser multado por sorpresa
entre la risa y la mierda.
Colillas con carmín,
el resto de una mora,
los nervios acentuados al tratarlos de apagar.
Miles de hojas caídas y personas que se levantan.
Nuestra cruz de ciudadanos del primer mundo.
¿Suciedad ajena o historias que no se pueden contar?
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