domingo, 21 de octubre de 2018

Desobediencia edulcorada III


Ahora que por fin vivimos en la ciudad del futuro que nos merecíamos.

Ahora que ya puedes alquilar patinetes eléctricos y deslizarte por la ciudad con la corbata al viento para sentirte un poquito menos como todos los demás al ir a trabajar...

Ahora, somos más ovejas que nunca.
(ovejas cibernéticas, eso si)

Nos gusta tanto ser rebaño 
que nos inventamos al pastor.

Hablamos tanto de libertad
cuando no soportamos no ser esclavos ni un ratito. 

¿Qué nos pasa?

Que no dejamos de contarnos el cuento 
de los que aprendieron a volar y de los que no,
de los que rompieron las cadenas, y los que siguen encerrados. 
Como si escribirlo nos fuese a hacer crecer alas o algo así.
Como si, aunque tuvieras alas
no fueras a atar las cadenas al primer poste en la tormenta. 
No vayas a perderte. 

Como el que se tatúa la palabra 'free'
en la cara interior de su dedo anular
o debajo de una teta.
Como una declaración de intenciones.
Como si algo que es eterno,
fuese a hablarte de lo que significa libertad.

Solo es la zanahoria del burro.
La que nos ponemos delante 
para convencernos de seguir pastando.

Así que, por ahora, 
yo me conformo con gastarme los últimos veinte euros en otro libro de poemas
y un paquetito de cigarros.
E igual, 
con suerte,
me da para unas cuantas zanahorias. 


Aarhus


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