He soñado con una vasija griega rota
y en uno de los guijarros, ponía mi nombre.
Tengo que dejar de intentar parecer lo fuerte que quiero ser,
para ser como realmente estoy.
Vacía.
Encerrada en un cuarto muy pequeño,
en el que apenas quepo.
Intentando correr contra una pared.
Arañándome la cara con el ladrillo.
Yo sola,
con las uñas en el cemento.
Rompiéndolas.
Desangrándome por las manos.
Os las entrego.
Abiertas.
Las llagas.
Me las he hecho a mi misma.
Sufro y no tengo ningún motivo para hacerlo.
Me gustaría tirar de los hilos.
Descoserme y abrirme entera.
Quedarme en carne viva.
Ser cruda.
Ser frágil para romperme.
Hacerme muchos cachitos ridículos de mi misma.
Y entenderme.
Encontrar las parte podridas
y extirparme.
Y volver a construirme
para volver a ser fuerte.
Ser valiente para coger a la vida por la cara
y comerle la boca.
Como pareceis el resto.
Pero yo.
Ojalá volver al inicio.
Volver a la niña.
Volver a crecer.
Hacerme mujer de nuevo.
Ojala encontrarme manchada de sangre
por primera vez.
Doler por primera vez.
Arañarme las axilas por primera vez.
Sentir la presión de la primera vez.
La perforación de los agujeros.
La niña perforada.
Otra vez.
La primera.
Escribirlo una vez.
Contarlo la segunda.
Por eso empiezo este viaje.
Al interior de todas mis heridas.
Las buenas gatas se lamen a sí mismas.
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