miércoles, 16 de marzo de 2016

Estaciones en Castilla

Revisando diarios antiguos he encontrado este poema y he decidido rescatarlo y plasmarlo aquí. Lo escribí para presentarlo a los premios Silencio, que organizaban en mi colegio, en los cuales se llevo el primer puesto y yo, un bono de no se cuántos euros en libros, pero muchos, y que fueron para mi como el maná. Esto ocurrió durante mi último año de bachillerato, allá por enero de 2012, cuando ni siquiera había cumplido la mayoría de edad, y sorprendentemente, el poemilla me sigue gustando.



Caminando en tierras castellanas,
el invierno aprieta las carnes
y cubre con su musgo la piedra helada,
que con gusto acoge
su flamante y verde traje.

Pero en el verano estío,
los campos de labranza 
brotan con tiernos girasoles,
que desvían su mirada
hacia llanuras más lejanas,
persiguiendo el oro eterno
cual quimera inalcanzable, 
que se oculta cada noche;
harto de no tener descanso,
ni domingo, ni festejo.

Cielo y tierra
conjugan sus parajes,
antónimos e impares,
en esta maravilla
que es Castilla.

La primavera roza la estepa con su viento
y a lomos de un alazán subida
dejo que el cielo me cubra con su espejo, 
me pongo a pensar y me duermo por dentro. 

De ocre y oliva
se pintan los barbechos, 
de rosa los almendros,
de blanco los cerezos,
y de risas, mis recuerdos.

En otoño se para el tiempo
vuelan las hojas,
 como golondrinas ajetreadas,
que bailando revoltosas,
buscan el silencio de sus vástagos
oculto entre los matojos.

Es el mismo manto de estrellas,
el que cubre cada noche nuestras tierras,
y ufano, 
alegra su rostro,
que muestra en las sombras
todas y cada una de sus perlas.


Lupiana, Guadalajara.


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