Caminando en tierras castellanas,
el invierno aprieta las carnes
y cubre con su musgo la piedra helada,
que con gusto acoge
su flamante y verde traje.
Pero en el verano estío,
los campos de labranza
brotan con tiernos girasoles,
que desvían su mirada
hacia llanuras más lejanas,
persiguiendo el oro eterno
cual quimera inalcanzable,
que se oculta cada noche;
harto de no tener descanso,
ni domingo, ni festejo.
Cielo y tierra
conjugan sus parajes,
antónimos e impares,
en esta maravilla
que es Castilla.
La primavera roza la estepa con su viento
y a lomos de un alazán subida
dejo que el cielo me cubra con su espejo,
me pongo a pensar y me duermo por dentro.
De ocre y oliva
se pintan los barbechos,
de rosa los almendros,
de blanco los cerezos,
y de risas, mis recuerdos.
En otoño se para el tiempo
vuelan las hojas,
como golondrinas ajetreadas,
que bailando revoltosas,
buscan el silencio de sus vástagos
oculto entre los matojos.
Es el mismo manto de estrellas,
el que cubre cada noche nuestras tierras,
y ufano,
alegra su rostro,
que muestra en las sombras
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