A veces me gustaría ser la mala de la peli. El genio
incomprendido, el solitario que ha perdido su capacidad de amar pero que tiene
mucha pasta y es muy guapo, el personaje que solo piensa en sí mismo pero con
excusa, con trauma infantil o algo. Que en el fondo es bueno pero va
destrozando vidas y rompiendo corazones hasta que lo descubre. Hasta que llega alguien que se lo descubre, más
bien. Casualmente, una mujer. Una mujer, no, LA mujer. La elegida, la que sí
que vale, la que es la buena.
A veces me gustaría ser ese tío. Y no preocuparme por
nada más porque algún día llegara otro tío que no se parece en nada al primero
que me hará olvidar todas mis adicciones; al que partiré el corazón pero luego,
al final no, y así por fin podrá parir a mis hijos y prepararme zumos de limón
mientras yo corto el césped de nuestro jardín.
Pero no se puede.
Y yo no puedo.
Porque aunque no quiera me han enseñado a cuidar. Y he
heredado el cuidar. Porque lo aprendieron mis antepasadas de madres a hijas en
herencia cultural y hasta genética. Aunque no quiera, no lo puedo evitar, lo de
cuidar siempre, lo de pensar en los demás, lo de llevar esta vida de enfermera
frustrada, que nunca soy capaz de cumplir porque no quiero y que se ensaña
contra mí cuando no quiero. Y que me hace sentir como una mierda cuando no he querido.
Porque lo de cuidar es innato con el resto.
A cuidarse
a una misma hay que aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario